Aunque fue declarado ilegal en China desde 2021 y ha recibido duras críticas a nivel internacional, la práctica conocida como 9-9-6 continúa vigente en varias compañías. Este esquema implica trabajar de 9:00 a. m. a 9:00 p. m., seis días a la semana, lo que se traduce en jornadas de 72 horas. Pese a los cuestionamientos, todavía se observa en startups tecnológicas y, de manera creciente, en otros sectores e incluso en países como Estados Unidos, donde se exige mayor disponibilidad a los empleados.
Quienes se oponen a este sistema advierten que lejos de aumentar la productividad, la reduce. El desgaste físico y mental acumulado termina afectando los resultados empresariales, genera equipos menos creativos y eleva los costos relacionados con enfermedades laborales y programas de bienestar. En otras palabras, el aparente “beneficio” de extender las horas se convierte en un riesgo económico y humano a largo plazo.
Aunque el marco legal prohíbe expresamente la implementación de este modelo por exceder los límites laborales establecidos, se han documentado casos de compañías que lo siguen aplicando, exponiéndose a fuertes sanciones y a un deterioro de su reputación corporativa.
El desgaste invisible: el ‘burnout’
Una de las consecuencias más graves de estas dinámicas es el síndrome de agotamiento laboral o burnout. Este fenómeno se produce cuando las responsabilidades desmedidas y la presión constante sobrepasan la capacidad de adaptación del trabajador. El resultado es una sensación de fatiga extrema que afecta tanto el cuerpo como la mente, generando dificultades para cumplir con las funciones diarias.
Lo más preocupante es que en muchos casos las personas no identifican que atraviesan este proceso, normalizando síntomas como el cansancio crónico, la falta de concentración o el desinterés por las actividades que antes resultaban motivadoras. Así, el burnout se convierte en un enemigo silencioso que no solo impacta la calidad de vida individual, sino que también debilita la cultura organizacional.
El debate alrededor del modelo 9-9-6 pone en evidencia que la verdadera competitividad no depende de sumar más horas de trabajo, sino de promover entornos sostenibles, donde la salud mental, el equilibrio personal y la innovación sean prioridad.
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